La
Obra “Estudios de Derecho Procesal Penal”, fue editada en Buenos Aires,
Argentina, y la misma se distribuirá en Madrid (España), Buenos Aires
(Argentina), Bogotá (Colombia), Lima, México y Santiago de Chile, siendo
encargada de la distribución: la empresa Mapuche Distribuciones, Talcahuano 481, 2do. Piso, Oficina 13,
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miércoles, 1 de agosto de 2018
martes, 17 de abril de 2018
martes, 10 de abril de 2018
POLITO...MI QUERIDO VIEJO
¡Oh, Dios mío! ¿Qué decir, qué palabras pronunciar, qué verbos o
vocablos escribir, cuando se despide a un hombre que además de ser su padre
biológico, fue un gran maestro, la última raíz que sostenía, con orgullo y
valentía, ese árbol frondoso que tantas veces derramó luz sobre nosotros? ¿Cómo
despedir a alguien que ha estado, está y estará siempre, profundamente
vinculado con los más altos ideales religiosos, de la decencia y de la
honestidad? ¿Cómo despedir a alguien que nunca le tuvo miedo a la muerte, que
aceptó que ella –la muerte– forma parte esencial de la vida? ¿Cómo separar el
dolor y desterrar las imágenes, los recuerdos, sin perder la serenidad y el
aplomo que reflejaba su sola presencia? Difícil cuando no imposible. Por
designios ignotos de la vida, me ha tocado despedir en el Huerto del Señor, a los seres que más he amado en toda mi vida.
(Primero fue a Don Manuel Jesús Meléndez, mi siempre idolatrado y admirado Papa
Chú…). Polito, el viejo Polo, así
llamaba yo a mi amado padre, un hombre que cometió muchos errores, y, como
cristiano, cometió muchos pecados, como los hemos cometidos todos los hijos de
Dios, desde la creación del macrocosmo. Sin embargo, en sus imperfecciones humanas, de continuo buscó enmendar sus faltas o
traspiés, y nos enseñó a sus hijos, que la honradez, la dignidad, la lealtad,
son principios y valores que de ningún modo, debemos apartar de nuestra
formación ciudadana, si aspiramos a construir un mundo mucho mejor, donde
prevalezca la equidad social y el bien común. Pese a su longevidad y larga enfermedad, en
absoluto perdió la lucidez y la sagacidad de su imaginación. Sus hijos nos
habíamos “preparado” para el desenlace natural de su final terrenal. En mi caso particular, pensé que yo lo
aceptaría como él tanta veces me lo había pedido, en las múltiples tertulias,
que ambos mantuvimos, ora en los viajes a San Pedro, ora en los hermosos
poblados de los Andes venezolanos, ora en el Caney de su casa, acostados cada
uno en una hamaca, conversaciones que casi siempre versaban sobre literatura,
poesía o la historia local de Carora; sus análisis del acontecer político diario
eran certeros, resultados,
probablemente, de su madurez, de su honda erudición. Le fallé. No le cumplí al
viejo Polo. Porque me ha costado mucho aceptar su desaparición física. Saber
que no podemos tocarlo, ni oír sus consejos, sus “regaños”, que ya no estará
físicamente con nosotros, me ha dolido mucho, y, a solas, he llorado como un
niño. El día que lo sembramos en el camposanto, esa noche, le hice una promesa:
al día siguiente busqué a mi hermano Hipólito José (Cheo) Álvarez, hablé con él
y a la vez que le pedí perdón, le comenté que no quería cometer el mismo error
que nuestro padre había cometido con su hermano Jesús María Álvarez. Esa mañana
sentí que el viejo Polo, me tomaba de la mano, y se alegraba de ver a sus
malcriados hijos abrazados. Muchos son los que me dicen que heredé su carácter.
Quizás sea así. Lo cierto es que nunca voy a olvidar sus enseñanzas, el buen y
digno ejemplo que nos deja a toda su descendencia. Se nos fue el viejo Polo. Se
me fue Polito. ¿Con quién conversar de los temas existenciales de la poesía, a
quién confiarle mis alegrías y desilusiones? Hace años me dijiste, ¡Oh, padre!,
que la vida era hermana de la muerte, y que la muerte viene junta con el
olvido. Pues bien, Polito, hoy yo vuelvo a repetirle lo que aquel entonces fue mi
respuesta: cuando se quiere de veras, nunca se olvida. Y mi amor por usted es perenne, sempiterno,
como el suyo por su bienamada madre. leopermelcarora@yahoo.es
miércoles, 21 de marzo de 2018
SOBRE ADRIÁN GUACARÁN Y CARORA
Sobre
Adrián Guacarán y Carora. Pocos saben que el cantante venezolano, que
falleciera, por la ausencia de medicamentos (una muestra más de la debacle que
vive –padece– el país, como consecuencia
del gobierno integrado por peligrosos delincuentes que nos corroe, azota, y ha
obligado a muchos, a irse del país) estuvo en Carora. Si, efectivamente, el otrora niño prodigio que
le cantara en alguna ocasión, al hoy Santo Juan Pablo II estuvo en Carora, hasta
visitó la casa de Mama Goya, donde actualmente, habita Jesús Manuel Meléndez,
hijo de mi Luis Alberto Meléndez. El señor Williams López, un bohemio
empedernido, de noble corazón, de espíritu pueril, a quien Raquelita y yo, le
debemos habernos sacado ( invitado) a muchos actos o actividades, que, por
diversas razones, Raquelita y yo, no podíamos costearnos. En fin, un sábado, al
mediodía, Williams López, llevó a Adrián Guacarán a casa de Mama Goya, y en la
misma se encontraban mi padre –el Viejo Polo– y Goyito. En su oportunidad,
Polito me contó los hechos, y como él proviene de una cultura ancestral muy
religiosa, me advirtió que ese fue uno de los días más sublimes jamás vivido
por él: haber conocido personalmente "al niño que le cantó al su Santidad
Juan Pablo II". Tiempo después, el mismo Williams López, me corroboró la
anécdota que hoy traigo a colación, debido al lamentable deceso de Adrián
Guacarán. "Tú padre se emocionó muchísimo, le dio un gran abrazo a Adrián
Guacarán, y tu madre ese día nos dio café, jugo y panes...". Sin entrar en
detalles religiosos, siempre le agradecí ese noble gesto a Williams López, de
llevar a ese artífice de la música a mí casa, para que mis viejos los conociera
en persona. Tengo entendido, que permaneció tres días en Carora, presentándose
en el otrora Centro Social y Deportivo de Pueblo Aparte (lugar donde también
acudió el cantante Oswaldo Morales, el de los éxitos de "Cinco
Centavitos", "Perdámonos", en 1986, el cual tuve la ventura de estar
presente en dicha actuación: verlo en su silla de ruedas, escuchar su voz
inconfundible, sí, Oswaldo Morales, quien es considerado uno de los Maestros
que profesó apoyo al solista José Luis Rodríguez. Williams López, nos llevó a
Raquelita y a mí a su casa, y él –Oswaldo Morales– nos mostró los reconocimientos que había
recibido durante sus años de gloria, fotografías...Pese al tiempo transcurrido,
1985/1986, mantengo intactos en mi memorias esos momentos inolvidables...),
observando, aprendiendo parte de la Carora, histórica y costumbrista, que ha
ido desapareciendo, por las malas políticas de los gobernantes locales de
turno. Adrián Guacarán muere joven, a la edad de 44 años. Fue utilizado y
olvidado por el Estado. Murió a la misma edad que Francis Scott Key Fitzgerald,
escritor estadounidense, autor entre otros cuentos, de El curioso caso de Benjamín Button, cuya obra fue reconocida
ampliamente después de su muerte. Así pasará, seguramente, con Adrián Guacarán,
y el mismo gobierno, que no hizo nada, para ayudarlo en su penosa enfermedad,
le pondrá su nombre a algún boulevard de Caracas, o, a una plazoleta del barrio
que lo vio nacer, le colocarán una placa, de bronce, y en la misma, los
transeúntes, leerán: "En homenaje a Adrián Guacarán, el Niño venezolano
que le cantó al Papa Su Santidad Juan Pablo II".
SOBRE EL REALISMO MÁGICO DE
CARORA Y LOS RIESGOS DE LA LITERATURA
-1-
Cuando escribí la crónica Mi Regreso a la Sultana del Ávila, yo tenía apenas diecinueve años
de edad. Hoy en día tengo cincuenta y un
años. No me arrepiento de haberlo escrito y publicado. Aunque está claro
–evidente e irrebatible– que el Leonardo de aquél entonces y el de hoy, en nada se parecen. Tiempo después que escribiera Mi regreso a la Sultana del Ávila (Vid. Elucubraciones
de un Caroreño, 1992; Corte de
Apelaciones, 2014) cayeron en mis manos, no pocos libros bibliográficos de
personas que, en su vida mundana, fueron personas pérfidas e inicuas, verbigracia, Pablo de Tarso (Saulo), quien luego de perseguir y matar a los
cristianos, fue elegido por el propio Jesús de Nazaret, para que llevara su
palabra a regiones remotas, convirtiéndose en uno de los grandes pilares
fundamentales del cristianismo. Santa María Magdalena, a pesar de haber sido
una prostituta, una hermosísima pecadora de los placeres terrenales, no sólo
fue perdonada por nuestro Señor Jesucristo, sino que fue de las pocas personas,
que estuvo al lado de la Madre de Jesús,
durante el martirio, tormento, suplicio,
que padeció el hijo de Dios; estuvo, digo, a los pies de la cruz,
acompañando a María, la Madre de Jesús; y, estuvo presente cuando sepultaron
los restos del más grande de todos los hombres nacidos en este mundo. Por si
ello fuera poco, es la primera persona a quien se aparece Jesús de Nazaret, ya
resucitado. En cuanto a la figura del
Papa, o mejor, de los Papas, hay quienes, dedicados a escudriñar la historia,
han descubierto que muchos pontífices –Vicarios de Cristo– tuvieron hijos. El Papa Inocencio I, sucedió a su padre
biológico, el Papa Anastasio I. El Papa
Silverio, fue elegido Cabeza de la Iglesia (Sumo Pontífice), trece años después
de que muriese su padre, el Papa Hormisdas.
Estos cuatros Vicarios de Cristo, son Santos de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. El Papa Nº 48 de la Iglesia Católica, es San
Félix III (483 – 492). Tuvo dos hijos,
antes de ser elegido para suceder al Papa Simplicio en la silla de San Pedro
(Primer Papa). Era hijo de sacerdote y estuvo casado. El abuelo paterno del Maestro, Don Luis
Beltrán Guerrero, es el sacerdote
Domingo Vicente Oropeza, padre biológico de Don Alejandro Meléndez, a su vez,
padre natural del más grande humanista del siglo XX venezolano. No voy a entrar en detalles si los sacerdotes
tienen derecho o no, a tener familia. Cuando se publicó mi libro Corte de Apelaciones (2014), hice un par
de comentarios a pie de página a mi crónica Mi
Regreso a la Sultana del Ávila, donde mencioné a mi gran amigo, el
Presbítero y Licenciado en Teología y Filosofía, Ramón Luis Crespo Lobato –de
grata recordación–, a quien obsequié mi libro Corte de Apelaciones, para que leyera lo que yo había escrito sobre
él. Su respuesta fue su acostumbrada sonrisa y sin darle importancia alguna,
ese día platicamos sobre el acontecer político y otros tópicos de Carora y sus
gentes. Antes de salir publicada mi novela Cementerio
de Voces, él –el Presbítero Ramón Luis Crespo Lobato– la leyó completa, en
el año 2012, y cada vez que nos veíamos solía preguntarme cuándo se publicaría.
Nunca hubo ningún reclamo de parte suya, porque Ramón –en el lenguaje del
cariño y afecto familiar– era un hombre
muy culto, un gran conocedor de la literatura universal, y un incansable lector
de cuanto libros caían en sus manos. Sin que
quede duda alguna, él fue el sacerdote caroreño más culto y académico
nacido en el siglo XX. Me acompañó a mediados del año 2014, en un
acto público, cuando fui designado como orador de orden en el Concejo Municipal
de Torres, en la conmemoración del Aniversario del Ateneo de Carora “Guillermo
Morón”, del cual era Miembro Honorario. Nunca le llegué a preguntar
directamente, si era cierto o no, lo que en toda Carora se comentaba. Muchos a
sus espaldas, lo criticaban, y él lo sabía. Nunca nuestra amistad se
rescabrajó. Su amado padre llevó a mi casa la tarjeta de invitación a su
ordenación sacerdotal en la Ciudad de Caracas, y a la misma asistí acompañado
de mi primo Julio Antonio Meléndez. Leyó mi novela y nunca hubo ningún reproche
hacia mi persona. Pero, acá entre nos,
¿Qué de malo hay que un eclesiástico, sacerdote o Ministro del Señor, tenga
hijos? San Ignacio de Loyola (1491 – 1566), tuvo una hija, mucho antes de ser
declarado Santo, por la Iglesia
Católica, Apostólica y Romana. ¿A qué viene todo este cuento? ¿Qué se trae
entre manos, este demonio de Leonardo?, se preguntará el erudito y estudioso
lector. Muy simple: si bien en una ocasión señalé algunas circunstancias nimias
acerca de mi otrora profesor de artes, en mi artículo Mi Regreso a la Sultana del Ávila, quiero dejar constancia
inequívoca y cierta, que el Dr. Alberto Álvarez Gutiérrez, aún no era
sacerdote, y quizás, ni pensaba serlo. Era, simplemente, un hombre común y
corriente. Un educador prestado a la abogacía, hasta que recibió –años más
tarde– el llamado genuino y verdadero de Dios, Padre Omnipotente y
Omnipresente. Cuando el segundo Obispo
de Carora, Monseñor Ulises Antonio Gutiérrez,
hubo de ser trasladado a la Arquidiócesis de Ciudad Bolívar, con frecuencia visitaba mi casa materna,
Monseñor Carlos Alberto Murillo, quien es noble y distinguido amigo de mi
familia, sobre todo de mis padres, Doña Gregoria Urbana Meléndez y Don Hipólito
Álvarez Betancourt. Con él, con el Padre Murillo, como acostumbro a llamarlo
–afectivamente– entablé varias tertulias referidas, a quién de los sacerdotes caroreños actuales,
podría ser el indicado para suceder al hoy Arzobispo, Monseñor Ulises Antonio
Gutiérrez Reyes. Ambos –afortunadamente–
coincidíamos que, sólo un hombre era el adecuado: el Presbítero, Dr. Alberto
Álvarez Gutiérrez, quien, además, de
haber sido un ilustre e ilustrado educador, como abogado demostró sabiduría y
humildad, cualidades difíciles de encontrar –penosamente– en la mayoría de los
egresados de las escuelas de Derechos de las diversas casas de estudios del país.
Alberto Álvarez Gutiérrez, o “Betote”
–como afectuosamente es nombrado por quienes lo conocen– tiene una
particularidad: es un hombre honesto. Un hombre digno. Decente. Honorable. Así
lo reconocen, propios y extraños; en otras palabras, el pueblo entero. La voz
del pueblo caroreño. El viejo proverbio
vox populi, vox Dei (“La voz del
pueblo, [es] la voz de Dios”), no se cumplió en esta oportunidad. Toda Carora,
todos los carorenses, rezábamos para que el Papa Francisco, designará al
Presbítero, Dr. Alberto Álvarez Gutiérrez, como el tercer Obispo de la Diócesis
de Carora. Sordideces humanas no lo
permitieron. En su lugar, fue nombrado Mons. Luis Armando Tineo Rivera. El Presbítero, Dr. Alberto Álvarez Gutiérrez,
no solo ha sido un consumado servidor de Dios, sino que, a lo largo del tiempo,
se constituyó en una referencia notable en la academia y en la educación
venezolana, así como en un conspicuo escritor de prosa pulimentada y perdurable
como el mármol imperecedero. Sus obras, La
Confesión de Fe en Monseñor Salvador Montes de Oca, y, Sobre Ramón Pompilio Oropeza, se hayan en un sitio predilecto en mi
biblioteca. Sigo pensando que él –el Presbítero, Dr. Alberto Álvarez Gutiérrez–
merecía haber sido nombrado –para honra de Carora– el tercer Obispo de la
Diócesis de Carora.
-2-
Confieso que soy cristiano ortodoxo. No fanático. Mucho
menos adulante. Guardo relación amistosa con varios sacerdotes venezolanos.
Algunos han sido alumnos míos, a nivel de postgrado, como el Presbítero, Dr.
Gerardo Moreno, a quien tuve el magno honor de prologar una novela suya: Amor en 3D. A nivel de bachillerato, o
de educación media, tuve el privilegio de darle clases a tres jóvenes que luego
de obtener el título de Bachiller, oyeron el llamado de Dios Padre (Abba) y
escogieron el camino del sacerdocio. Como, por ejemplo, el Presbítero y Lic.
Mario Piñango, sacerdote de la Parroquia San José de Siquisique, Municipio
Urdaneta del estado Lara, es uno de mis amigos y además, uno de mis ex alumnos
más aventajados. El Presbítero, Magíster y Licenciado Jaime Vivas, es otro gran
amigo, a quien recuerdo, por haberse acercado a mi oficina, en los días postreros,
del secuestro y asesinato de mí hermano Luis Alberto Meléndez Meléndez. El
Padre Jaime Vivas, es un hombre ecuánime, académico y erudito en filosofía
y teología. El Presbítero y Licenciado,
José Gregorio Quero Sierra, es otro sacerdote admirable, a quien conozco desde
mi infancia, por estar cerca su casa de la mía, allá en la Calle San José, de
la Guzmana. Es un clérigo consagrado tan solo a la Iglesia Católica, Apostólica
y Romana. Con frecuencia lo he visto visitar el caserío de San Cristóbal (de
Aregue), mi macondo, mi pedacito de cielo, a dar misas y oigo sus ceremonias en
silencio y completas, sin salirme del templo o de la capilla, porque me
entusiasma su sencillez, lo cual es propio del hombre sabio. Aunque no es
entusiasta de la literatura de ficción, es un erudito en tópicos teológicos y
filosóficos, y sigue al pie de la letra, los mandatos de la Iglesia. Docto en
asuntos religiosos, místicos y escolásticos. Mi álter ego, mi otro yo narrador, fabulador, relata en la novela Cementerio de Voces –escrita a cuatro
manos, pues, según mi álter ego, mi
difunto hermano Luis Alberto, lo ayudó a escribirla– un comentario baladí,
vacío, nimio, pueril, que oyó de una
abogada, acerca del Presbítero y Licenciado, José Gregorio Quero Sierra. Seguro
estoy que la intención de mi álter ego,
no fue perniciosa.
Si bien, en ocasiones, no comparto su manera de actuar y de escribir, sé
perfectamente que en su corazón no hay un ápice de malquerencia o perversidad
contra nadie, su pasión es la literatura, la poesía, como la mía es el Derecho
Procesal Penal. Lo sé, porque su corazón es mío también, a pesar de que a él (álter ego) le guste andar de bluyín y
suéter, y a mí de flux y corbatas. Tanto
mi álter ego como yo, sabemos que el
Presbítero y Licenciado José Gregorio Quero Sierra, es un hombre honrado,
decente, y honorable. Uno de los sueños del Licenciado y Teólogo, José Gregorio
Quero Sierra –dueño de un hidalgo corazón–
es convertir la Iglesia Nuestra Señora de la Chiquinquirá de Aregue en Basílica Menor;
como lo es la Basílica Menor Nuestra Señora de la Coromoto y lo es la Basílica
de la Chinita, Maracaibo, desde el año 1921. Mi sueño es otro: Quisiera que el
cuarto Obispo que sea designado para la Diócesis de Carora, sea un caroreño, y
él es mi candidato. Dos caroreños se graduaron con honores en Roma: Ramón Luis
Crespo Lobato y José Gregorio Quero Sierra. Ambos recibieron los pergaminos
académicos de manos de Su Santidad, el Papa Juan Pablo II, santo en vida y
canonizado después de muerto, cuya imagen en una medalla me acompaña siempre,
porque lo admiré en vida y leí parte de sus encíclicas.
-3-
Soy
cristiano, creo en Abba, pero no soy sectario, fanático ni extremista. Para los
católicos, Santa María Magdalena fue una prostituta. En Cambio, para los
caballeros templarios, ello formó parte de una ignominia contra el legado de
María Magdalena. He leído que María Magdalena jamás fue prostituta. Existen
evangelios prohibidos por la Iglesia Católica, Apostólica y Romana,
verbigracia, el Evangelio prohibido de San Bernabé. La obra Templarios, hijos del Sol y el Hijo de la
Promesa, de Cesar Imbellone, es uno de los tantos libros vedados a los
católicos. A comienzo de
la década de los ochenta –el 28
de marzo de 1980, para ser preciso– unos
obreros descubrieron la cripta o mausoleo de Talpiot al escarbar las
raíces de un bloque de edificaciones en el este de Talpiot. Encontraron una tumba de unos 2000 años de
antigüedad. Para grandes investigadores, ése sepulcro no era otro que la tumba
de Jesús, el hijo de María y José El Carpintero. En el año 2001, el actor español Antonio
Banderas, protagonizó una película, cimentada en la novela El
Cuerpo –The body– del
escritor Richard Sapir. La película versa sobre el descubrimiento
arqueológico de la tumba de Jesucristo. La recomiendo, pero no quiero entrar en
detalles; lo que sí quiero aducir,
es, que, hace ya algún tiempo, a alguien le escuché comentar que si “Jesús de Nazaret, no era hijo de Dios; es el
único en toda la humanidad, que ha merecido serlo”, máximas que me
absorbieron tanto, que, en determinadas ocasiones, frecuento citar a mis educandos. Respeto
las ideas ajenas. Pero soy de los que no se sientan en la misma mesa, con
aquellos que creen que sólo ellos son dueños de la verdad absoluta. Me da
pavor. Me da miedo. Siempre le he temido a la ignorancia y a la estupidez.
Juandemaro Querales, Míster Solo,
cree que es posible que Jesús de Nazaret haya vivido y muerto en Cachemira, y
le da la razón al escritor Andreas Faber-Káiser; cree inclusive que Jesús tuvo
descendencia con Magdalena; yo, en cambio, como sé que el Presbítero Carlos
Vivas, y mi bienamada madre, leerán ésta crónica, me abstengo de dejar
constancia de mi discernimiento.
viernes, 2 de marzo de 2018
domingo, 9 de diciembre de 2012
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