martes, 16 de octubre de 2007

CRÓNICA PATERNA



(Para mi hermosa prima, Dra. María del Carmen Álvarez Lucena, Magistrada de brillantes y valientes decisiones).

Cuando me preguntan el por qué – sobre todos mis mujeres – de ese brillo triste de mis ojos, suelo responder que es la fatal herencia de mis ancestros paternos. En la “Casa de Los Indios”, de Aregue, donde mis tíos Doña Elda Betancourt y Don Jesús María Álvarez, todos los octubres de todos los años, solían reunirse con sus raíces, y entre el humo del tabaco, el chimó y los cuentos de mi padre, Don Hipólito Álvarez, o Polito, como lo he llamado toda la vida, se rememoraba el pasado. En esa enorme casa de bahareque, matizada de sol, digo, hay un retrato grande de un viejo, de lúgubre mirada, cuyos ojos grandes y lagrimados están estigmatizados sus descendientes, de labios pequeños, de bigotes blancos y abundantes, de frente amplia, con grandes entradas que rayan en la calvicie. Ese señor blanco y elegante, es el papá de Don José Ramón Betancourt, el papá de Polito, luego estoy hablando de mi bisabuelo, Don José María Betancourt, de quien se dice era un hombre próspero, educado, de finos modales y muy enamoradizo. (¿Ves Moraima, te das cuenta? por ahí viene la vaina).
Cuando niño, Polito, mi padre, acostumbraba llevarme con él a visitar a su padre, Don Monche. Don Goyo Pineda, o Goyo, en el lenguaje familiar, también me llevaba a esa casa solariega, donde yo pasaba al solar a coger del suelo sabrosos almendrones. Muchos recuerdos tengo de mi pasado paterno: aún la imagen un poco borrosa, de mi abuela Doña María del Carmen Álvarez, la mamá de Polito, presente está en mi memoria. Tenía cinco años cuando ella murió. Mis tíos Don Juan Betancourt, Don Candelario Betancourt, siempre visitaban el hogar de mi amada madre, Doña Gregoria Urbana Meléndez Meléndez. Cuando nos mudamos de la Calle San José de la Guzmana a la Calle Concordia, mi tío Don Juan Betancourt, iba todas las mañanas a tomar café y a hablar de los muertos con mi papá Polito.
A mi tío Don Jesús María Álvarez, lo conocí tarde, ya muchacho, quizá debido a una pelea absurda que hubo entre él y mi viejo. Algunos nietos de Don Monche, y bisnietos de Don José María Betancourt, pariente cercano de Don Alejandro Meléndez, papá de Don Luis Beltrán Guerrero, hemos corrido con suerte: “Salió blanco y buenmozo como mi abuelo” le decía Doña Blanca Betancourt, mi tía, a mi madre, y yo, sin pararle, hasta que un día vi su retrato: “Es cierto. Me parezco a él”. Doña Francisca Álvarez, hermana de Polito, fue quizá la mejor amiga que tuvo mi madre. Otros, nacieron flojos, feos y borrachos. Para completar, yo, que soy hijo bastardo o natural, aunque a mi hermanita Raquelita Pereira de Linárez, no le gusta que yo lo diga, pues no llevo el apellido de mi Papá Polito, no sólo soy el más inteligente de los retoños que dejará Polito, sino que soy el más afortunado: ni le trabajo a él ni dependo de él como mis demás hermanos paternos y legitimados. Quizá por ser buenmozo como mi bisabuelo Don José María Betancourt, sería que el bolsa de mi hermano José Gregorio Álvarez Vásquez, me negara hace años delante de unos compañeritos, allá en el Grupo Escolar “Ramón Pompilio Oropeza”. “Tú no eres hermano mío”, me dijo en voz alta como sintiéndose orgulloso de ser un Álvarez-Betancourt. Y ese otro loquito, Andrés Eloy Álvarez Vásquez, por desgracia hermanito mío, no sólo se burlaba de mi mamá sino que intentó hacerme daño cuando yo era apenas un mocoso de siete años de edad. Ahora soy yo quien goza una bola. Vivo de mis locuras y de mis mujeres. Y para colmo la gente me llama “Doctor”. Casi nada.
Hay mucho silencio prolongado en el Árbol de los Álvarez-Betancourt. Mi abuela Doña María del Carmen Álvarez era hija de Doña Felicia Antonia Álvarez Querales y de Don José María Rojas Avendaño; y nieta de Doña María Leonor Querales de Álvarez, mamá de Doña Felicia Antonia Álvarez. Al parecer los abuelos maternos de mi Papá Polito eran unos aguerridos coroneles de la guerrilla. Hay mucho silencio prolongado en el Árbol de los Álvarez-Betancourt. Para colmo soy yo quien más se parece a Polito. Un botón para la muestra: de todos mis hermanos paternos, con el que más o menos me entiendo – y a veces—y quizá hasta que mi Papá Polito esté vivo y frente a su negocio Depósito Coromoto, porque seguro estoy que cuando mi Papá Polito deje de existir, lo que viene es “candanga con burundanga” ; con el que más o menos me entiendo, digo, es con Hipólito José Álvarez, o Cheo, como le dice Raquelita mi hermana, o Cheíto, como le dice mi mamá Doña Gregoria Meléndez, quien era hija de Doña María Teresa Meléndez de Meléndez, y ésta a su vez, hija de Don Isaías Meléndez y de Doña Rosa Pereira, Mama Rosa, como la llamaba mi mamá, a quien le dicen Mama Goya, sobrina también de la niña Dominga Meléndez, por ser ésta hija de mis bisabuelos Don Isaías Meléndez y Doña Rosa Pereira, quien murió célibe y virgen; Doña Goya Meléndez, era hija también de Don Manuel Jesús Meléndez, hijo éste de Doña Candelaria Camacaro y de Don Antolino Meléndez, de manos ásperas y callosas por haber trabajado siempre la tierra; obrero analfabeta que aprendió a leer por sí solo después de los cuarenta y tantos años, hombre pulcro y honesto, el más honorable de esa gran familia que somos los Meléndez-Pereira Meléndez, que nunca abrigó en su interior maldad ni odio; de cabellos crespos, negruscos, blanquecinos, de surcos pronunciados en su rostro, de bigotes reducidos y recortados al mejor estilo de Pedro Infante, de labios gruesos y grandes, como los de mi hijo Leonardo de Jesús Pereira, a quien vi llorar en dos oportunidades: cuando mi abuela Doña María Teresa Meléndez de Meléndez, cuyos ojos tiernos y burlones los heredó mi princesa Gregoria Urbana Pereira, estuvo enferma y apunto de morir; y, finalmente, cuando pocos antes de irme a Caracas, a continuar mis estudios de Derecho, se despidió de mí porque sabía que al regresar de nuevo a Carora, ya no lo iba a encontrar. Por eso, me siento orgulloso de mis ancestros maternos. Pero también me siento, en el fondo, muy orgulloso de pertenecer a la estirpe de Don José María Betancourt, de donde salió la alcurnia de Don Jesús María Álvarez, noble y caritativa alma, que nunca le hizo ni pensó hacerle daño a nadie, quien murió ha poco para dejar más sólo a mi Papá Polito, a quien le queda tan solo, su hermana, Doña Elda Betancourt, para seguir peleando, amándose uno al otro, como dos niños correteando por las playas de la Cruz Verde, donde canta el turpial, bajo la sombra del cotoperí.





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