lunes, 15 de octubre de 2007

¡A TU SALUD!...MIGUEL

“No envidio a los que saben más que yo,
pero me compadezco de quienes saben menos”

T. Browne


Ésta semana, como habrá observado el desocupado lector, no salió mi asidua columna jurídica. Múltiples razones podría aducir, pero la menos académica, es que he pasado estos días ebrio de emociones, y, obviamente, emborrachado de recuerdos, claro está, acompañado de inacostumbradas resacas, por culpa de mis perversos cuán cándidos amigos, como lo son, Juan Perera Montes de Oca, Publio Cordero, y Franklin Piña, el menos maquiavélico de estos tres cómicos de la lengua, lumbreras como Miguel Prado, quien ha tenido la elegancia de escribir un libro acerca de mi poesía y de mi prosa ensayística, hermosa y pomposamente titulado: Los demonios interiores en la poesía de Leonardo Pereira Meléndez, editado bajo el patrocinio del Ateneo de Carora Guillermo Morón, bajo el cuidado de Gilberto Abril Rojas, buen escritor, buena pluma, pero que no empina el codo como sí lo hace el Prof. Emerson Corobo Rojas, cronista sin sueldo, empeñado en rescatar la historia de la patria chica. Tengo motivos para estar embriagado, pues, que un literato de la casta de Miguel Prado se haya ocupado de un escritor de provincia, como soy y seré siempre, hacedor de lluvia, cuyo mérito no es otro que ser hijo de Gregoria Meléndez, mujer de pueblo, mujer trabajadora, analfabeta, que sin haber ido a la escuela aprendió a leer y escribir por su cuenta, y levantó, a punta de esfuerzos virtuosos, a nueve hijos, y pudo construir un sólido e envidiable hogar, con la ayuda, de otro gran hombre, trabajador sin par, amante de la lectura, de cuya pasión por los libros y periódicos adquirí, desde que tenía unos ochos años, noble viejo, a punto de cumplir 83 años, que es conocido como don Polito, porque se llama Hipólito Antonio Álvarez, y tiene la costumbre de agregarse el Betancourt, simplemente por la omisión del abuelo don Monche Betancourt, omisión que también yo he heredado; sin embargo, por mis venas, llevo mezclada la sangre Melendera con la sangre Betancuoriana, de allí, mi inteligencia, y bueno, según mi tía Elda Betancourt, soy tan buenmozo como lo era don José Ramón Betancourt Navas, su abuelo, es decir, mi bisabuelo paterno. Tengo motivos para estar embriagado. Don Javier Oropeza, el “don” no es por viejo, sino por adinerado, dueño de dos periódicos, clarividente, porque en el año 1988, cuando bautizo, con aguas del río Morere, mi primera obra poética, Yo Soy Hijo de Gregoria Meléndez, editada por el Centro de Estudios e Investigaciones “Antonio Herrera Oropeza”, dijo que éste poemario mío mi haría rico algún día. ¡Dio en el clavo! Ya que quien tiene un amigo, un verdadero amigo, es rico. Por dinero no me preocupo—las vainas de mi pana Iván Ferrer Carrasco se me están pegando--- porque si no tengo para pagar mis glaciales cervetanas en El Páramo o en El Campestre, en ambos me fían, aunque a veces el risueño “Bole” se ponga bravo, y don Beto Herrera, se haga el loco conmigo. Teníamos veintidós años cuando se publicó mi primer libro. Ello constituyó un escándalo. A mi madre la llamaron por teléfono para recriminarle mi demonial conducta. Mi abuela, mama Teresa, me llamó a su casa un día para decirme: “Hijo, no le pare a eso, siga escribiendo, a mi me gustó…”. En algunas instituciones prohibieron su lectura. Y todo, porque en uno de mis poemas dije que no recordaba de quién era las pantaletas de alguien, que hoy día, a casi veinte años después, juro que no recuerdo ni el nombre de esa beldad mujer y ni siquiera dónde escondí tan íntima prenda. Que yo sepa, el generalísimo don Francisco de Miranda, coleccionaba los vellos de las damas que le hacían el favor de apaciguar el estruendo de sus luchas revolucionarias, y más de una vez, guardó en sus baúles, una que otras pantaletas, como simples trofeos. Juandemaro Querales, que siempre me trae revistas, diarios y libros, para que explaye mi tosquedad literaria, puso en el año 2000, una revista merideña, dirigida por el ya tributario de la tierra y uno de los mártires de la revolución bolivariana, Giandomenico Puliti, nombrada Quórum- Con el Arte y la Cultura, editada en Tovar, entre los meses enero-abril, en cuya página 10, leímos un poema de Yaquelín Fermín, titulado Mi Amante, cuya lectura obsequiamos, a mis fervientes lectores: “ Tú que estas ahí/constante, presente ,alucinante./Mi amante imaginario/Ese que me hace privar/al pensar en él/que me hace sentir sin haberlo sentido/que me hace llegar sin haberme penetrado/Ese que no se porqué aún/ no ha llegado…” Y hablando de bardos merideños, cometería un pecado sino menciono a Luis Gerardo Gabaldón, abogado penalista, Profesor Titular de Derecho Penal y Criminología de la Universidad de los Andes, con postgrados en Perusa, Roma, París, Cambridge y Albaquerque, autor de Susurros y Gemidos, un poemario solo para mujeres, en cuyo interior trepidan las imagines de una guapa mujer desnuda llena de vida de colorido que es percibida como si fuéramos dioses griegos. Al poeta Eddy Rafael Pérez, no lo nombro, porque no es merideño, aunque viva en Mérida, y además, porque si su esposa, alcanzara a leer lo que pensaba escribir de él, se arma un pamparancho, y es capaz que deje de hablarme como lo hizo con el negro Tito Núñez Silva. Tengo motivos para estar embriagado. Que mi columna hoy aparezca en una docena de periódicos venezolanos, que cuente con camaradas como don Joel Suárez, don Juandemaro Querales, don Eddy Rafael Pérez, don Gilberto Abril Rojas, don Pedro Claver Herrera, don Javier Oropeza, don Juan Perera, don Franklin Piña, don Emerson Corobo, don Jesús Meléndez, don Ramón Pérez Linarez, don Andrés Blasini, don José Ángel Ocanto, don Iván Ferrer Carrasco, y que don Miguel Prado, se ocupe de mi poesía, es para pasar una semana, haciéndole loas al dios Baco y rezando para que no me corran de mi casa. ¿Dios mío, de quién era esa pantaleta? A tú salud, Miguel.

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