lunes, 15 de octubre de 2007

DISCURSO PRONUNCIADO POR JOSÉ ÁNGEL OCANTO

Palabras pronunciadas
por José Ángel Ocanto
en el bautizo del libro de poemas
Paloma de luto
de Leonardo Pereira Meléndez
Hotel Príncipe. Barquisimeto, 25 de mayo de 2004


Es ígnea la poesía de Leonardo Pereira Meléndez.
Es tentación abrasadora, confesión escueta, lampiña; rubor flagrante e imprevisible que hormiguea en el rostro de todo lector desprevenido, en el aliento y sofoco de todo espontáneo descifrador de su galería de imágenes desgarradas.
Paloma de luto, su más reciente código lírico, obra que hoy nos ocupa y congrega, está lejos de ser un himno pastoril, un idílico retrato de sentimientos acompasados, prudentes; su salmo aborrece ser un amable cuenco de excitaciones y liras rimadas.
En el pórtico del título, justo en el rótulo del templo de sus insurrectas musas, anuncia elegías, el cortejo de sus silencios y misterios, las voces de sus melancolías y espinas (“No hay salvación para mi alma”, articula); sin asomo de remordimiento, confiesa derrotas y tristezas, ansias y penas que, en el buen decir de su autorizado prologuista, Fernando Briceño Álvarez, invocan un “sepelio transitorio”. Es la voluntad temprana, ¿o postrera, acaso?, de quien ya ni el suicidio le interesa, ni es capaz, en estas horas, distancias y atmósferas, de compartir el dolor, ningún dolor.

Sigo lejano
profundamente lejano

Con el luminoso Góngora (don Luis, alegre, libertino y pendenciero en su juventud, sacerdote a los 50 años), experimenta los pasos errantes y la soledad confusa del peregrino.
“No espero nada de la vida”, rumia Leonardo, nuestro admirado Leonardo, en las oquedades de una soledad que se adivina absorbente, pertinaz. Una soledad indisciplinada, envuelta en las resolanas altivas de la Carora de sus adentros, eterno tizón de ancestros sobre los que se resigna jubiloso al infierno de Dante, y como José Abreu Felippe, el bardo cubano, conjetura que:

“…la muerte que hay en la vida
sobrevive a la vida, que las cosas que creemos
salvar no son más que muerte, mínimas muertes”

Así, el poeta a quien una vez le bastara presentarse ante el mundo –el conocido y el incógnito–, como “el hijo de Gregoria Meléndez”, nos impone, sin más opción, un reto que va a contrapelo de aquello que Mercedes Melo Pereira bautizara como “la aventura casi filológica de rastrear una palabra y sus infinitos ademanes a lo largo de una cronología discursiva, menos por la imagen del objeto convocado que por los placeres de sus pronunciaciones”.

“Yo no tengo sino
sueños lejanos
y una tristeza
que me dejó
un Dios viejo
y fragmentado”

En la obra de Leonardo Pereira Meléndez señorea un desacomodo que, desde alguna recóndita estancia del espíritu, brota con tormento y punzante inmolación, en parentesco con las indelebles expiaciones de Quiroga y su gallina degollada, y las del mismísimo Poe, el genial alucinado en los raptos del opio, de su venerable cuervo, luchando cuerpo a cuerpo con sus insomnes fantasmas, y anochecido en las sombras de su recurrente lado sádico, necrofílico.
Es, el legado poético de Leonardo Pereira Meléndez, que aquí celebramos, un dramático desafío a toda convención o pacto. Y en el curso de semejantes trances jamás simula poses. Nos lanza a la cara sin ensayadas delicadezas sus cóleras y fastidios, sus fuegos y temores. Su servicio intelectual es una deserción indiferente, un arreglo de fija inconformidad, un ardor casi infinito por rehacer partituras sociales, y reinventar al mundo, y reinventarse luego él mismo, a partir de sus juiciosos delirios y del solemne grito de sus declaradas miserias.
“La barbaridad es mi conseja”, anticipa él, en el penitente y atardecido inventario de su ética, y los rigores de su estética vivencial y discursiva.
Y, helo ahí. Observad cómo descubre nuevas formas de morir la vida que le tocó en suerte, y asimismo otras tantas maneras de vivir la muerte elegida.
Incluso alcanzó a procurarse para sí un glorioso e inédito estilo de expiración y luto, capaz de anticipar la equitativa repartición de cada uno de sus difuntos órganos entre sus amadas tantas.
Los ojos para Heide, resuelve. Sus pequeñas manos para Moraima. Su corazón para Graciela. Sus labios para Mairene. Sus cejas para Mary Luz. Que no se olvide la madre, de aquel entonces inútil apéndice que habrá de amputarle de entre sus rígidas piernas, y lanzarlo sin más a los perros hambrientos.
Representarse la niebla insoluble de la muerte, arrancó en Guillén un estremecimiento no menos abatido:

"Ya no podré, bajo la tarde quieta,
cuando suspira el céfiro en las flores,
decirte la canción de mis amores,
ni la emoción de mi pasión secreta"

Ayuna de hedonismo, la prolija sensorialidad en la textura literaria del autor de Nostalgia del Eros y Confesiones a media luna, si alguna concesión se permite es la que hace, avisado en su inconsciencia, al juego lúbrico, inmodesto, planteado de continuo en términos terribles, desinhibidos, inopinados, y en plazos de agónica aspereza y puntual catástrofe:

Subo
y fornico

Me libero

Sádico es el espejo

Tras la senda de tantos, verbigracia Góngora, el poeta cumbre de la poesía castellana, con sus canciones, tercetos, décimas, romances, letrillas…

Que esté la bella casada
bien vestida y mal celada,
bien puede ser;
mas que el bueno del marido
no sepa quién dio el vestido,
no puede ser

…y en afines veredas, con Neruda y Rubén Darío, Leonardo reivindica el erotismo sin escarbar en lo prohibido, o, mejor aún, presentando lo “prohibido” como un hecho exquisitamente natural, previsible, mortalmente rutinario.
¿No es aquella “patria de sangre” de la que habló Octavio Paz?:

“única tierra que conozco y me conoce,
única patria en la que creo,
única puerta al infinito”

El colombiano Darío Jaramillo, discurriría así:

¿Por qué no tu boca aquí,
por qué no sobre mi piel tu aliento,
por qué no adentro yo de tus abismos?

Y Neruda:

pero estás tú,
estás para dármelo todo,
y a darme lo que tienes a la tierra viniste,
como yo para contenerte,
y desearte,
¡y recibirte!

Pero, atención, hay, igualmente, un lenguaje cifrado en la poesía, y en el testamento, de Leonardo. Quizá la ética de lo incognoscible. Un escape virtual, una cortina al través de la cual escurre los rasgos de su personalidad, para confundirnos y privarnos de su revelación.
Deja, esparce, siempre, un mensaje oculto, quizá el mismo manuscrito hallado en la botella, del que habla Poe.
No siempre dice lo que aparentemente dice, sobre los papiros tornadizos.
Es preciso penetrar su mundo secreto, los enigmas de los que está elaborada su particular cosmogonía.
Como cuando anuncia su disposición a retirarse de todo, para abandonarse en Baudelaire y en Wilde, en el café negro de su madre, en el verso helénico de Cavafy, en las cervezas servidas en los míticos El Campestre y El Páramo de su sagrada Carora, y, cómo no, en suaves muslos y traseros voluminosos.
¿Qué sacrificas, a qué es lo que renuncias, Leonardo, cuando vas es pos de semejante paraíso infinito de la inspiración y la voluptuosidad?
Y cuando testificas:

Como mis ancestros
copulo como un animal

¿De qué hablas, Leonardo, si no de tu velada castidad?
Copulas como un animal…
Sólo el hombre entre las especies mamíferas practica una relación sexual frecuente.
Como la hembra de las diferentes especies animales mamíferas sólo está lista para copular en el período de la procreación: en el estro anual, en ciertas especies salvajes los machos sólo copulan una vez al año. Incluso la mayoría de los machos lo hacen aún menos, ya que las hembras sólo se aparean con el macho que haya vencido en la contienda con otros. Es más, las hembras de los primates salvajes (a excepción de los bonobús), tienen relaciones sexuales aún con menor frecuencia que las de otros mamíferos.
Más fresco y desahogado, hacia 1610, un manuscrito sin autor conocido, se inserta en la poesía erótico-pornográfica del Siglo de Oro español

-¿Qué me quiere, señor? -Niña, hoderte
-Dígalo más rodado. -Cabalgarte
-Dígalo a lo cortés. -Quiero gozarte
-Dígamelo a lo bobo. -Merecerte

Si es cierto que, como escribiera Reinaldo García Ramos, hay dos maneras básicas de ubicar un poema en relación con el momento de su composición: o bien tratar de circunscribirlo a su hora, a su momento exacto; o, por lo contrario, opacar o desatender esa vinculación, y considerar el texto una entidad atemporal, desligada del aquí y del ahora, y tal vez más cercana a lo eterno; si eso es cierto, digo, la inflexión intimista, confesional y a ratos transgresora en la obra de Pereira Meléndez, subvierte para implorar urgentes fórmulas de libertades y exoneraciones muy propias.
Manumiso de toda opresión pasada, presente o futura, Leonardo, apoyado con tales miras en Cavafy, renuncia al artificio de cualquier patrón moralista aplicado a su obra, y a su vida, y decide trascender, más tarde, a los barrotes de sus limitaciones terrenas, al encontrarse con que, ya, “ser hombre no garantiza nada”.
“Yo soy/ sólo soy”, es su forma de pregonarse libre. Libre en él. Libre en la libertad de su conciencia, en la pristinidad explícita y honesta de su verbo.
Así, desmigaja mitos. Se revela y hace mofas ante los monumentos de la costumbre y la razón fundada. Pudiera decirse que insulta prejuicios, normas. Ahora mismo, si usted aguza el oído, podrá sentir cómo se desternilla frente a los escrúpulos más consagrados.
Es ígnea la poesía de Leonardo Pereira Meléndez.
Es tentación abrasadora, confesión escueta, lampiña –“desnuda”, dice Briceño Álvarez–; rubor flagrante e imprevisible que hormiguea en el rostro de todo lector desprevenido, en el aliento y sofoco de todo espontáneo descifrador de su galería de imágenes desgarradas.
Sturm un drang, esto es, tormenta e impulso. Es la sabida explicación que los románticos alemanes daban a los giros constantes de afirmación y negación respecto a la tradición literaria.
La expresión corta, pero incisiva, y hasta cruel, es el método y el pretexto de Leonardo para relatar su alegato poético.
Y cada voz, cada énfasis, cada entonación, es a la misma vez un silencio, una mudez sin treguas, despiadada, que retumba mucho tiempo después aún en nuestros cerebros y juicios, y cae como piedra maciza en las quietas aguas de un pozo insondable. Y nos sacude, y nos emplaza, y nos delata.
Bretón y sus seguidores ya advertían que la poesía no es sino “el lenguaje de lo inexpresable”, “el verbo en su calidad de sonda lanzada hacia lo profundo del hombre".
Así como el concretismo asigna a la palabra un valor fundamental, en su dimensión semántica, fónica y visual; y en el poema semiótico la forma geométrica sustituye a la palabra; y en el poema/proceso es la forma iconográfica la que resta brillo y poder al sentido del verbo; en la poseía de nuestro Leonardo son sus asombros amorales; es la confesión, agónica y cuestionadora; es la parca inspección vuelta imagen; son sus silencios intimistas; y su formidable reclamo de libertades, los valores que presiden la palestra.
Es, más que su búsqueda expresiva, su ética. Es su compromiso.
Saramago lo ha planteado hace poco en estos términos: un escritor es un ciudadano, y el deber de todo ciudadano es revelar, denunciar, luchar y participar en el inmemorial debate entre las fuerzas del mal y del bien.
En estos tiempos agostados de crisis y riesgos, no puramente económicos, sino, sobre todo, espirituales, quizá sea la poesía el único bien que ahora subsiste en pie. Incólume. Incorrupto. Creíble.
Quizá sea lo único que nos queda. La poesía. Es todo.
De entre estas cenizas que ahora despiden desesperanza y pestes de muerte, tendremos que renacer.
Celebremos entonces a Leonardo y a su Paloma de luto.
Brindo por el autor, y por éstos, los funerales de su vida, que en su talento, en su poesía ígnea, luminosa, habrán de ser, no lo dudo, rito del génesis perpetuo, ceremonia imborrable.
Muchas gracias.

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